Es Hora de Recomenzar, Dejemos de Educar-e


Es hora de recomenzar, avancemos en nuestro sistema educacional: dejemos de “educar-e”.
Educar tiene dos raíces latinas, Educare: formar, instruir. Y Educere: guiar, conducir. Nuestro sistema se fue quedando paulatinamente con uno sólo de estos orígenes.
Enfoques culturales
En nuestro momento actual, el mayor escollo para el encuentro de una mejor pedagogía o mejor dicho para el surgimiento de una neo-pedagogía,  es el convencimiento de los modelos educativos preponderantes de que el principal objetivo de un educador es “educar”, pudo haberlo sido en algún momento de la historia de nuestra civilización occidental -aunque es claro que para muchos formadores y aprendices lo más valioso de la convivencia tutor-aprendiz nunca fue el contenido- pero hoy ello está quedando absolutamente obsoleto, si es que ya no lo quedó: Educar-e, Instruir no es la labor que nuestro momento de convivencia humana requiere. Desde mi visión, la única posibilidad de avanzar en la dirección del bienestar de los niños y las niñas en el contexto de su propio desarrollo en la convivencia de los espacios educativos a los que asisten, pasa porque los docentes vivan la muerte de este paradigma educativo y puedan encontrarse luego de aquel desapego con la inspiradora oportunidad que otorga el compartir el proceso de transformación mutua, sin expectativas, que implica la convivencia – cualquiera sea esta -  y en especial la que surge del compartir amoroso en un espacio escolar.
Ya muchos años los hemos dedicado a “educar-e”, quizás sea un buen momento para comenzar a vivir el disfrute de la convivencia respetuosa y amorosa entre personas con distintas experiencias; quizás más educere.
La “enseñanza”, aquella imagen de formación depositaria (como dijera Freire), está instaurada en nuestra cultura como una estructura Adínica (de ADN), incuestionable en su forma y fondo debido a lo práctico y funcional que ha resultado el modelo para los propósitos civilizadores de nuestra especie, o al menos de una buena parte de ella, en los breves últimos centenios. Como sociedad no nos cuestionamos la necesidad de los programas educacionales, ni de las calificaciones, de las mediciones estandarizadas y las competencias que generan estas decisiones. No nos preguntamos por el tipo de cultura que perpetúan. Y como no lo hacemos, no abandonamos la trampa.
La escolaridad en muchos sentidos es una trampa, un engaño. Ya Coleman y otros dieron cuenta de ello en su famoso informe, por allá por los años 60 y aun cuando posteriormente el movimiento de escuelas efectivas ha hecho intentos por palear sus resultados, nada se habla de ese fondo clarificador: aprender no es instruccional, las escuelas no trabajan por aquello que dicen que trabajan. La escolaridad, con su modo de actuar hace creer que el “aprendizaje” no se logra sino es desde la instruccionalidad. Nos hace pensar que es necesario sufrir. Nos hace vivir una cultura de competencia, donde quien no está interesado, en ese momento, a esa edad, en ese día, en ese especial momento de su vida, y por lo tanto no prestó atención:  no sirve. Vivimos en nuestra escolaridad, una cultura de la deslegitimación.  Pero no nos damos cuenta. Estamos acostumbrados, con muchas décadas o algunos centenios, nos acostumbramos. Al punto de llegar al absurdo de las pruebas de postulación de niños y niñas de 5 años, de 5 años¡. Este marco no tiene distinción social. Afecta a todos por igual.
Nuestro sistema escolar sigue los mismos patrones de exacerbación del Ego dominantes en nuestra cultura, por ende es natural ver que quien maneja la información aparezca en un lugar privilegiado y venerado, haciendo perdurar en ello emociones que conllevan mucho malestar. En contraposición está la percepción de las culturas matrísticas respecto de las relaciones sociales y que en muchos de nuestros pueblos originarios podemos también apreciar: en ellas es motivo de respeto máximo conversar con las personas sabias de la comunidad. El viejo, la vieja se sentaba en círculo con su gente y conversaban. Su sabiduría era y es motivo de respeto; el conocimiento compartido en el candor de la confianza y el amor, superando el ego, manteniendo el respeto y el amor en el compartir como eje central de la convivencia y propósito primordial del traspaso de la cultura a través del aprendizaje de los modos, conversaciones y haceres de las nuevas generaciones en cálido convivir con las más viejas, las que algo tienen que decir: humildad y sabiduría entre otras virtudes. El aprendizaje es candoroso, para todos y todas, no requiere requisitos previos, más que el interés.

En educación, l@s niñ@s, l@s jóvenes, l@s grandes olvidados.
Cada día más notamos cómo la estructura educacional actual devela y en algunos casos acentúa - y por lo mismo- ayuda a perpetuar - significativos patrones culturales que públicamente la mayor parte de los adultos condenamos: violencia excesiva entre pares, competencia desmedida, arrogancia, exitismo, egoísmo, entre muchos otros.
Pero, ¿qué cambios estamos dispuestos a realizar los adultos, las adultas,  que tenemos la responsabilidad de estos espacios? o ¿qué tiempo hemos dedicado a reflexionar sobre lo que hacemos en las escuelas y desde allí a asumir la responsable actitud de modificar-nos?
Año a año en innumerables países, incluyendo el nuestro, se destinan enormes cantidades de recursos para “mejorar el aprendizaje en las escuelas”, sin embargo, aún no existen resultados concluyentes que permitan afirmar un modo de hacerlo ¿Por qué?. En nuestra opinión esto tiene sus raíces en que en esta inyección de recursos ha estado ausente una discusión profunda del rol de los espacios educativos en nuestra sociedad: ¿Qué hacen las escuelas realmente? ¿Qué propósitos tienen en nuestra sociedad?
Por otro lado, si es muy consensuado que la creatividad de los niños y niñas al ingresar a las escuelas, se va perdiendo gradualmente año a año, se pierde (Los actuales trabajos de Ken Robinson son reveladores en esto) y la creatividad es una de las habilidades (sino la más) importante para el mundo que hemos construido para hoy y mañana, tanto por los desafíos post-modernos propios de la civilización como por las gigantescas necesidades que se abren y deben ser cubiertas por la sobrepoblación mundial que avanza y por la sustentabilidad a ser desarrollada con urgencia en nuestro planeta.
Y es que la misma descripción de la situación devela el estado de las cosas: Nos encontramos obsesionados porque nuestros niños y niñas, nuestros hijos e hijas “aprendan”.   ¿pero qué y para qué?, no lo cuestionamos. O no en el sentido en que queremos plantear la pregunta aquí.
Tres antecedentes para esta reflexión.
1º Existe a estas alturas de nuestra civilización, prácticamente una visión unánime de que el aprendizaje sólo se da en ocasión de la motivación y/o inquietud del aprendiz.  
2º Vivimos en la era de la información. Ella cada día más es universal, on-line e instantánea. Al alcance de todos, diferencia abismante con la situación en los orígenes del modelo educativo actual.
3º. Como siempre ha sido, los humanos buscamos el bienestar. Todo lo que hacemos, incluyendo el asistir a espacios de trabajo escolar, es para sentirnos mejor.
Por lo tanto cabe preguntarse. ¿Qué es lo que realmente la escuela quiere o pretende hacer con nuestros niños y niñas? O ¿cuál es el verdadero rol del sistema educativo en nuestra época? O derechamente ¿Para qué están las escuelas?. Muchas familias hoy en día luego de hacerse la pregunta han decidido dejar a sus hijos e hijas en sus casas. El movimiento HomeSchool es cada día mayor. No estamos por eso. Confiamos en que es posible encontrar espacios adecuados para que esas familias junto a sus hijos e hijas, también gocen de la vida comunitaria. Pero en el estado de las cosas actualmente es más que entendible esa decisión.
Cuando pensamos en la enseñanza  tal cual opera en el paradigma actual ocurre lo siguiente:
Un profesor tiene por misión que un niño o niña “aprenda”. Para ello le ”enseña”, y lo cualifica en cuanto de lo que él le “enseñó” y por lo tanto, él o ella “aprendió” se dio.
En esto lo que está sucediendo es que la relación adulto – niño está focalizada en el interés del adulto. En esta relación lo único importante -porque eso es lo válido- es lo que el adulto ha decidido que el niño o niña “aprenda”, independiente de que la decisión no sea suya directamente, aun cuando ello se arrope de las mejores didácticas, para el niño-niña, adolescente, joven, él o ella: el profe, es la cara visible de la adultez y de ese sometimiento. En esto, respecto del niño o niña, da exactamente lo mismo si está en su interés, si es adecuado a su edad, a su momento de desarrollo, al momento de la vida, a las vicisitudes del día, en fin. Todo lo que al niño o niña le pase: NO IMPORTA.
Ello es lo que día a día se le dice inconscientemente en cada aula a los niños y las niñas de nuestro país y de todos los muchos países en que aun este paradigma no se supera. Esa es la cultura que cotidianamente nuestros niños y niñas en la escolaridad adoptan.
Pero quizás lo más tremendo de esto, cuando nos damos cuenta, es que todo el contexto educacional de quienes llevan adelante la escuela se da en un diálogo de sordos: pues para todos los docentes es un dato de la causa a estas alturas que lo importante es la motivación de los niños y las niñas, las habilidades, al aprender a aprender, que no es otra cosa que la seguridad en sí mismo, pero el sistema educativo en su conjunto no hace nada por favorecer un entorno que trabaje en función de sus intereses, y los fortalezca en sus aspectos bio-emocionales, que los considere comprometidamente, con todo lo que ello implica.

Alternativas centenarias, cambios que no queremos o no podemos ver.
Entre otros, María Montessori, la primera mujer italiana doctora, creadora de un sistema educativo famoso en el mundo desde hace 104 años, se dio cuenta de ello muy luego al comenzar a realizar sus trabajos con niños y niñas, desde su profunda comprensión de la biología del desarrollo humano y su enorme energía inconformista con lo que percibió tremendamente inadecuado en su cultura (la nuestra), decidió transformar completamente el foco de la relación adulto –niño. Desde ese momento, la relación de ellos no sería más la de profesor – aprendiz, sino la de guía - niñ@ en desarrollo. Estableció así la claridad que lo único en juego en la relación entre los adultos y los niñ@s es la interacción que ubica a los adultos como uno (fundamental, pero uno más) de los elementos constituyentes del crecimiento del niño o niña que viene dado por sus energías interiores construidas a través del amor en la relación materno- infantil, cuestión que hoy gracias a los trabajos de Humberto Maturana vemos con tanta claridad.
Ella se dio cuenta que el motor de todo aprendizaje es la voluntad interior. Que lo valioso de las personas que amorosamente quieren ver desarrollarse a un individuo que está a su cargo, pasa por cuánto ellos o ellas se hacen cargo de proveerles a sus niños y niñas que con ellos o ellas conviven, de la mayor cantidad de experiencias invitadoras adecuadas a su edad, interés, momento de desarrollo.
Y que en esa realización sucederá que las ansias de exploración, propias de nuestra esencia biológica, encontrarán espacio y permitirán que aflore la naturaleza inquieta, trabajadora, cuestionadora, creativa, curiosa, de nuestra humanidad en cada niño y niña.
Esa preparación amorosa de un espacio preparado para niños y niñas, pensado en ellos y ellas, dejando de lado la arrogancia “adulta” patriarcal de nuestra cultura, es la que logra los espacios saludables y  beneficiosos que identificamos hoy en tantos lugares que practican esta metodología en todo el mundo: niños y niñas felices, seguros – seguras, inquietos - inquietas, exploradores - exploradoras.
El Guía allí ha debido realizar un trabajo personal para abandonar la tendencia a “Enseñar”. Por el contrario, se ha dispuesto a compartir todo su saber y su experiencia con los niños y niñas con quienes convive, y les ha preparado un espacio con mucho amor que los acoge en todo momento, porque siempre se está pensando en ellos y ellas, en cada uno y una al buscarles y proveerles en todo instante de aquello que les interese, les guste, les motive, los desafíe y sacie sus inquietudes y necesidades. El o la  Guía ha dejado de ser un obstáculo en el desarrollo personal de sus niños y niñas, y por el contrario se ha transformado en un ser amoroso que permanentemente busca, invita y brinda los mejores caminos para perseverar y avanzar en el bello y extraordinario camino del crecimiento personal y el descubrimiento de todos los componentes de la civilización, la cultura, el cosmos, la vida que compartimos.   
El o la Guía ha dejado de ser el centro, en serio. Y el espacio se ha volcado en la consideración de ellos y ellas, los niños y las niñas, también en serio.
El trabajo pedagógico iniciado por esta doctora-guía, ha iluminado el camino de miles de personas en el mundo y también en América, Latinoamérica y Chile. Hoy muchos niños y niñas se benefician de su revolucionaria visión. Hoy que los jóvenes de Chile se han volcado a las calles a reclamar por la más justa de las declaraciones humanas: convivamos sin distinciones, de manera justa, con iguales posibilidades unos y otros; valdría la pena también preguntarse:
¿Qué tipo de espacio de relaciones humanas queremos construir para futuro-para hoy para nuestros niños, niñas y jóvenes?
Aprender es biológico. Conservar ciertas emociones en la convivencia, es cultural.



Ignacio Carrasco

Comentarios

  1. Este escrito tiene su tiempo. Lo comencé el año 2010 a propósito del Diplomado que hicimos en el Quillahua. Desde aquella vez se ha ido puliendo y alimentando. Entre otras derivadas de él, este sitio le debe su nombre. Hoy en medio del candor del remezón social por cambios profundos en nuestro sistema educativo, me pareció adecuada su publicación.

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